Degenerados, pervertidos sexuales, ninfómanas, frígidas, impotentes, putas, mandilones, etc… Así nos ve la gente “normal” a las personas swinger.
Los que estamos adentro sabemos que la realidad es otra, no estamos aquí para llenar vacíos emocionales, porque tenemos alguna disfunción sexual o porque tenemos baja autoestima. ¡Para nada!
Puede incluso decirse que es todo lo contrario:
Somos exploradores/as de nuestra sexualidad, sabemos que nadie es dueño de los genitales ni del cuerpo de nadie, mucho menos de sus fantasías, que ser swinger es un estilo de vida, no un movimiento ni una moda, mucho menos una enfermedad; que ésta es la mejor expresión que hemos podido encontrar a nuestra libertad individual y la manera más honesta de comunicación en pareja; que salimos del comportamiento ordinario y por definición eso nos hace personas extraordinarias…
Sin embargo, cuando el alcohol en exceso y las drogas son más protagonistas que el sexo, el resultado casi siempre es una práctica swinger tergiversada. La impaciencia, los reclamos y la incompatibilidad que resulta entre parejas por la diversidad de dinámicas que existe caricaturizan un ambiente que en esencia es adulto.
Cuando dejamos que los aspectos del párrafo anterior se presenten en el swinging, nuestro mundo feliz deja de serlo y nuestra práctica swinger pierde dignidad y validez.
Si eres poliamoroso/a, orgiasta, cuckold, o lo tuyo es el gangbang, ser vouyeurista, haces intercambio sólo de caricias o intercambio completo, hazlo y practícalo con orgullo, ten claras tus razones y evita convencer o insistir. Sigue una higiene disciplinada, brinda un trato social honesto y respetuoso. Con eso no sólo tendrás una buena reputación, si cada persona lo hacemos, la práctica del swingliving será mejor vista desde afuera.